sábado, julio 16

El Último de los Mohicanos


En la vida hay algunas cosas que me han costado en exceso aprender y de las cuales por las buenas o por las malas nunca olvidaré cómo sucedieron. Por ejemplo, jamás olvidaré lo difícil que fue para mí aprender a abrocharme los zapatos, una acción que para la mayoría de los mortales carece de ciencia y que por lo demás es bastante simple de ejecutar. Sin embargo, dicha acción me costó 8 años aprender. Nunca olvidaré el gran dolor de cabeza y vergüenza que sentía cada vez que estando en la escuela mis cordones se desataban. Al principio pedía algún compañero de buen corazón que tuviese la amabilidad de ayudarme para hacerlo. Tiempo después simplemente opté por esconder mis cordones en aquel espacio que queda entre nuestra humanidad y el borde del costazo de los calzados. Tampoco olvidaré aquel día en donde intenté sorprender a mis padres diciéndoles que había aprendido a amarrar mis cordones sin ayuda. Ellos con cara de exhaustos me miraron y no hicieron comentario alguno a aquella acción que yo consideraba una gracia más de mi exstencia. No los culpo, ya que para cualquier ser humano normal la acción de abrochar cordones no deja de ser algo extremadamente fácil de realizar.
Hoy en día, dicha acción aún me cuesta e incluso hay quienes me preguntan si acaso no es compleja la forma en la cual la llevo a cabo, pues según ellos muevo mis manos y cordones en exceso para tan sólo armar un nudo rosa.
Varios años más tarde y con la experiencia que sólo el hecho de vivir esta vida me ha entregado, me he ido dando cuenta que no sólo anudar mis cordones han sido un dolor de cabeza, sino que otras que considero tan o más importantes me han llevado en ocasiones a la misma sensación de frustración.
Hace algún tiempo, cuando aún creía en ciertos valores como la lealtad de quienes te rodean era relevante para avanzar socialmente en este mundo, deposité ciertas promesas en personas que de a poco el tiempo me ha demostrado que fue un grueso error. Hoy, cuando muchos de ellos a quienes consideraba amigos se encuentran alejados y en un constante estado de "ocupado", es cuando siento que quizá le di demasiada importancia a promesas que sólo yo creí podrían ser ciertas de manera estable. Hoy -teniendo un poco más de un cuarto de siglo a mis espaldas- recién comprendo que el error no fue en confiar, sino en esperar que otros voluntariamente cumplirían las promesas hechas en juventud.
Hay varias personas que prometimos jamás separarnos sin importar distancia o lo que sea que estuviésemos viviendo y por la mala me doy cuenta que ellos poco o nada se acuerdan de aquello.
Duele haber defendido de lo indefendible a quienes siempre pensé me darían el apoyo necesario cuando la misma acción que defendía se pusiera en juego. No obstante, cuando el momento llegó ellos ni siquiera estuvieron conmigo y lo que es peor, se hicieron los inocentes cuando el tema salía al aire. No me arrepiento de haber defendido con dientes y uñas a quienes defendí, pues eso demostró que seguí hasta el final todo lo que a esas almas prometí.
A algunos los defendí de sus valores de amistad y lo único que me llevé a casa fue el recuerdo de que años antes ellos me habían dicho que me bancarían a muerte. A otros les di todo sabiendo que me acusaban de egoismo y cuando las cartas se dieron vuelta quedé destrozado sabiendo que ellos realmente habían sido los egoistas. A algunos les entregué mis hombros para desahogarse en momentos difíciles y cuando quise tener simplemente un oído en quien contar mis secretos postergaron una y mil veces una reunión hasta que cuando fue posible conversar ya era algo sin sentido hablar del tema.
No pido más el día de hoy, pues así como los cordones de mis zapatos también aprendí que a veces en la vida simplemente no es posible confiar en muchos y los únicos en quien realmente se puede confiar no son nada más y nada menos que tu familia, pues ellos por las buenas o por las malas siempre van a darse el trabajo de poner atención a aquellos pequeños detalles que hacen que tomes fuerzas en momentos difíciles.
Gracias a lo anterior, recién comprendí lo que un alumno de profesión sociólogo me dijo alguna vez mientras discutíamos en inglés que era la amistad, la familia, la lealtad y la confianza. Aquella vez testarudamente, expresé que la confianza y la lealtad eran total y absolutamente compatibles con la amistad, pues tus amigos eran los seres que voluntariamente elegiste para que fueran tu familia. Por su parte, el sociólogo expresó que la amistad en sudamérica era sólo un hecho social de interacción, pues la familia siempre era más importante, pues al criarte y pasar tanto tiempo con ellos, a la larga formaban el acto de lealtad más grande que en nuestra cultura pudiese existir. También agregó, que mi visión e ilusión era enfocada única y exclusivamente a países desarrollados, en donde la familia se desprende muy tempranamente de sus productos, llamados tiernamente hijos.
A los 8 aprendí a abrochar cordones, hoy a los 26 aprendí en quienes realmente puedo confiar y en quienes realmente debo depositar mi lealtad.

Música para degustar: "With a little help from my friends"