martes, junio 22

Volar


¿Has subido alguna vez a un avión? yo lo he hecho y puedo decir que hay veces en que uno a pesar de estar en tierra nunca más baja a ella, pues a pesar de que hace más de un año que me subí por primera vez a un ave de acero, y a pesar de haber vuelto siento que sigo en el aire, soñando, idealizando, ilusionándome, pensando que a pesar de que la vida en algún momento exige poner los pies en la tierra y que las presiones de vivir en un mundo tan competente como este te hacen venderte, corromperte y te invita a "competir" y "ganarle" a tus similares por el sólo hecho de que por una u otra razón si no eres el vencedor estarás siempre siendo apuntado como el "perdedor", el "incompetente", el ejemplo perfecto para mostrarle a los niños que si a cierta edad no han conseguido algo serán por el resto de sus vidas seres infelices e incompletos.
Cuando estaba en el aire y recordaba el pasado pensé que estar en el aire aliviaría mis dolores, mis penas y también me mostraría el camino desde arriba. No obstante, lo único que comprobé fue que a pesar de que lo físico puede estar en cualquier parte, tanto en cielo como en tierra, tu mente puede empezar a volar y no bajar más.
Hoy veo todo de una forma compleja, negativa y para colmo sarcástica, como si a veces fuera tan perfecto que nada me toca. Algo tan ilógico que si nada me tocara jamás los pájaros defecarían sobre mis prendas en calles donde curiosamente a nadie más afectan. El cáncer cuando te toca no se va más, pues por más exámenes que te hagas periódicamente siempre está listo para tocarte y pudrirte cuando menos te lo esperas.
Pero no lo es todo, pues aún tengo quejas, así como los niños que protestan al ser refugiados por sus padres dentro de las paredes de sus hogares. Las quejas que me quedan son nada más que la no aceptación a como funciona todo y todos, olvidando a veces las muchas deudas que arrastro en todo sentido.
La primera vez que me subí a un avión estaba en éxtasis con mezcla de almíbar y felicidad de quien disfruta a concho su primera vez y la sonrisa en mis labios de a poco se fue desfigurando, primero quemó, luego iluminó y ahora más que ayudar no hace más que sentirme en el aire...pero cayendo en picada al terreno baldío, como la peor pesadilla de un paracaidista que teme terminar lleno de fracturas y rogando que al menos su paracaídas de reserva se abra en el último minuto. Mi problema fue como el de Andrés Calamaro y su paloma, pues también me fui a volar pero yo olvidé toda medida de seguridad y olvide llevar un paracaídas para al menos salvar algo de que lo que llevaba.
También me sentí como Gustavo Nápoli y su "bien alto" viendo como el horizonte se perdía y que cada uno de mis pasos no hace más que perder noción de donde estoy. A esta altura ya estoy apunado y también de locura, esperando encontrar una rama de donde afirmarme para que el golpe no sea tan fuerte.
En fin, no queda más que tratar de llegar a tierra y entrar en los zapatos de alguien a fin de dejar de ser el "perdedor/incompetente" y demostrar que incluso odiando convertirse en lo que todos son termino haciendo exactamente lo que siempre dije y pensé no hacer.

Música para degustar: "Bien Alto"




domingo, junio 6

"Domingos"




Odio el día domingo, odio ver como todos toman su tren en esta estación mientras lo único que le sucede a mi cuerpo inerte es la putrefacción de mis raíces cada vez más aferradas al suelo. Con tristeza y rencor observo como todos preparan sus maletas y toman sus asientos en un tren al que nunca me he subido, pues con vergüenza hay que asumir que la pereza se atornilló al mismo tiempo en que justamente habían excusas como para poder decir "no".
Cuando era niño odiaba el día jueves pues lo consideraba un estorbo antes del manjar que significaba un viernes y sábado. El domingo no me caía muy bien pero no podía decir que lo odiaba como lo hago hoy. En realidad quizá ni siquiera odio el domingo en su totalidad, mas bien odio la puesta de sol que trae consigo una nueva semana para quienes tienen planes, proyectos y alegrías ampliamente relacionadas con cada uno de los días de la semana. Lo que es yo sólo me dedico a observar cobardemente el paso del tiempo en una prisión auto-elegida.
Al depresivo le encanta sentirse triste pues sin la tristeza pierde su esencia elemental, la autodestrucción impuesta por cosas externas y/o internas. Tal vez, en esto me parezco a un depresivo, pues a pesar de que no me gusta el peso que se apodera de mi pecho cada domingo a eso de las 9 de la noche, creo que es tan necesario como la terapia de sonidos que debo beber cada vez que debo recorrer algún lugar, pues de lo contrario el dedo que aprieta este botón habría causado el derrame de manera anticipada.
Hoy domingo no me siento tan mal, tampoco mi pecho me aprieta y quizá sea el comienzo de la mutación, en donde olvidé por un momento soñar y me dejé enredar por pensamientos insanos que me empujan a coger un lápiz y escribir líneas sin un destino final y que curiosamente permiten que un trozo por más insignificante que sea carezca y esté lleno de sentido a la vez. Es probablemente también porque el síndrome se ha aminorado debido a que sin notarlo es lunes y debo ir a dormir.

Música para degustar: "Domingos"