
La lluvia caía con intensidad, eran las 3:35 de la mañana y la visibilidad era prácticamente nula. Fue ese el momento exacto cuando nos decidimos ir en busca de la felicidad, cuando sabíamos que muy pocos o mejor dicho nadie, iría por ella.
Nos abrigamos porque presentíamos que nuestra búsqueda duraría los minutos suficientes como para morir posteriormente de una infección respiratoria o bien de frío. Era una de las noches más frías que nuestra memoria y cuerpo podían recordar en nuestra corta existencia y si llegábamos a encontrar la felicidad sería injusto morir tan pronto, por lo que en vez de coger lo que ya teníamos en la mano optamos por cambiar todo y usar aquellas prendas que se usan en casos de emergencias, como para nosotros lo era este.
Salimos así a la calle, cargando con nosotros una botella en caso de cualquier eventualidad. Alguien nos observó desde las casas ubicadas por la vereda del frente, donde teníamos a varios conocidos. Lamentablemente no nos despedimos, quizá si la luz hubiese sido la correcta podríamos haber distinguido entre un viejo conocido que merecía a esas horas al menos un saludo desde la calle.
Comenzamos a caminar hablando de cualquier cosa, como siempre lo hacíamos y que sabíamos que en su fin era traer una conversación mucho más profunda e interesante. Sin embargo, el frío era demasiado intenso y hablar era ya un ejercicio bastante complejo, por lo que optamos callar y sólo caminar. Hasta ese momento estábamos seguros que la felicidad era por ese camino.
Desde esa puerta salimos tres, al pasar unos minutos nos dimos cuenta que éramos solamente dos, algo le había pasado a nuestro compañero y no habíamos sido capaces de darnos cuenta qué ni cuando. Quizá haya vuelto a casa nos dijimos o quizá haya caído en la calle y se este ahogando con esta lluvia de dioses que está cayendo. Era alguien importante para nosotros, lo teníamos claro pero la felicidad sólo se conseguía esa noche y volver a casa para darnos cuenta que había vuelto y estaba acostado en cama sería peor, por lo que egoístamente para algunos decidimos continuar.
Intentamos seguir conversando para comprobar que ambos seguíamos juntos, uno al lado del otro, pero el frío se intensificó y la boca extrañamente se adormecía mientras sobre ella caían y caían gotas desatadas como la peor de las guerras. No obstante, de los dos que íbamos quedé solamente yo en esa calle, miré hacía todos lados y nadie ni nada se veía. Estaba en medio de una calle desocupada, cubierta de agua y fría en busca de la felicidad y ahí, justo ahí, me cansé y mis piernas tambalearon, miré mi reloj y la hora la veía borrosa, no sabía si yo había dejado a mi compañero o él a mi, lo único que sabía es que iba a morir en busca de lo que tanto había buscado y que la vida a escasos metros quizá, se negaba a dar. Mis ojos se cerraron.
Desperté aquí, cubierto de blanco y vestido tal cual como había salido de aquella puerta sonriente con mis compañeros, pero seguía solo y no me podía mover. Extrañamente me sentía feliz y no sabía porque. De hecho no sabía siquiera si estaba vivo o no, pero feliz estaba.
En eso llegó un perro hermoso a mi lado, me lamió y como si pudiese ver en los animales sonrisas, la vi plasmada en su inerte cara, al fin había descubierto la felicidad, cada vez que quisiera buscarla iría ahí, aunque sentía que no era necesario buscarla, sino que bastaba con aceptarla. Espero que mis compañeros la hayan encontrado también.
Mañana planto un árbol, tengo un hijo y escribo un libro.
Música para degustar: "First of the gang to die"