domingo, junio 15

Al loco del banquillo


Le gustaba el silencio y comer en soledad sentado sobre un banco de la plaza más colorida de la ciudad. Amaba ese lugar porque ahí veía las cosas más extrañas que podían presentarse ante sus ojos. Con gusto se reía de la cara que mostraba un árbol irritado, le encantaba ver adultos jugando a ser niños, perros persiguiendo pelotas y si por casualidad le sobraba comida y se sentía de ánimo, disfrutaba compartir sus sobras con las palomas siempre hambrientas.
Existía cierta amargura en su interior porque si bien le gustaba a veces la soledad por la libertad que aquello incluía, habría preferido en ocasiones compartirla con alguien a uno de sus costados.
Tenía treinta y tantos pero parecía algo mayor por su postura y su actitud cotidiana ante la vida. Creo que la soledad le había hecho madurar tan rápido que perdió su infancia y juventud. Sin embargo, le había dado todo lo que querían y habían pedido de él las personas que tanto decía amar. No obstante, sabía que aquello no había sido más que entregarle todo sin cuestionamientos a personas demasiado egoístas que esperaron en él cumplir sueños en los que ellos fallaron.
Un día soleado pero frío comió su último banquete sobre la banca en la cual solía sentarse. Aquel día propuso abrirse al mundo porque pensaba que algo tenía para entregar en su interior que quizás ayudaría a otros de mejor manera que encerrarse en su exclusiva soledad. Tenía miedo y no sabía si sería aceptado como era o bien tendría que modificar comportamientos para ser aprobado como algunas personas que había conocido lo habían hecho.
Aquel día fue eterno, las horas eran más largas que de costumbre y sus deberes parecían no acabar. Y llegó la hora, la hora fijada, la hora en que al fin saldría al mundo y tal vez, la hora en que definitivamente dejaría el consumo inducido de pastillas contraproducentes para su condición.
Si le preguntáramos, diría que fue su hora más feliz, ya que significó el momento de su estreno en sociedad. Lo que sucedió más tarde sólo él lo supo, aunque todos saben que la felicidad es efímera y que jamás un enfermo inducido se recupera de su enfermedad, más aún cuando es "aquella" y cuando la pereza hace que quienes quizá más puedan interesarse cambian sus intereses.

Música para degustar: "Carnaval toda la vida"

No hay comentarios: