lunes, marzo 10

El hombre feliz


El sábado mientras caminaba a tomar el bus que me llevara donde mi hermana escuché una risa contagiosa desde una casa. Era de un hombre relativamente joven -estaba seguro de ello ya que mis oídos rara vez me engañan. Cuando identifiqué la casa de la cual salían aquellas risas traté de mirar para ver quién era y de que se reía tanto pero esfuerzo no tuve que hacer, ya que quién se reía estaba en el patio delantero por donde yo iba a pasar.
Cuando me acercaba veía que ese hombre tan hombre no era, pues no parecía mayor y su risa era de cierta forma infantil e ingenua.
Mirar hacia el patio delantero de aquella casa era difícil pues afuera habían unas latas de color negro que tapaban casi toda la visión y si querías ver debías ser muy alto o bien pararte sobre puntillas para poder levantar la vista y ver mejor.
Usualmente, no veo dentro de las casas por dos motivos, primero porque no me gusta pasar a llevar la intimidad de una familia y porque no soy copuchento. Sin embargo, esa risa me llamaba la atención y era demasiada contagiosa, entonces decidí hacer aquello que tanto detestaba. Me puse en puntillas y mire hacia donde venía la risa y ver de que se podía estar riendo aquel hombre.
Lo que primero observé fue el perfil de aquel hombre, debía tener unos 20 o 25 años pero lucia mucho menor. Estaba vestido con un buzo azul, zapatillas negras y chaleco gris con dibujos negros. Tenía pelo oscuro y se encontraba sentado en una silla que daba la espalda a la calle donde yo iba caminando.
Mientras observaba, él seguía riendo y no se percataba de que yo observaba su privacidad y trataba de averiguar la razón de su risa para ver si podía acompañarlo.
Para mi sorpresa cuando observé dentro del patio no encontré absolutamente nada más que él, su silla y el medidor del agua. Traté de mirar un poco más y ver si existía algo que aún no pudiese ver o si bien aquel hombre tenía algo en sus manos que le causara gracia. No obstante no había absolutamente nada más, su risa era natural y sin motivo.
Mientras trataba de comprender aquella escena y ver de que podía reírme, él se dio vuelta y me miró a los ojos...era enfermo, los dedos de sus manos estaba entrelazados de manera compleja y debía tener mi edad, ¡Si mi edad! pero éramos tan diferentes que sencillamente no podíamos tener algo más en común. Yo tenía lo que probablemente su familia hubiese deseado para él, ser un tipo sano, pero él tenía lo que a mi me faltaba, alegría, felicidad y ser capaz de seguir adelante aunque no existiera absolutamente ninguna recompensa...¡No!, no teníamos ninguna similitud pero éramos un complemento perfecto, yo aportando salud a una mente sin descanso y él dando risa y felicidad a quién tanto la buscaba...."A veces desearía ser como ellos" pensé, pero es mejor no pretender serlo, las cosas pasan por algo me dije cuando seguí mi camino hacia el bus. El hombre es feliz desde el día que se acepta tal y como es...él ya lo había hecho.

Música para degustar: "Rotten Apple" Alice In Chains.

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